sábado, 24 de marzo de 2012

Crónica de una muerte anunciada


Mejor sería que te olvides de que hoy jugó Ciudadela, que afirmes que tuvo fecha libre, que te despiertes y te des cuenta que era una pesadilla, que apagues la play y que empieces de vuelta y si aún no funciona que una copa borre las últimas huellas del recuerdo de la perdición de tu memoria, quizá será mejor hacer como sabiamente dicen si perdemos nos mamamos.

O mejor sería darnos cuenta de la cachetada que nos pegó el fútbol. Llegamos a creernos invencibles, omnipotentes en la cancha, dioses en botines. Por la gloria fuimos enceguecidos y pensamos que hacer 7 goles en un partido era un trámite, que nadie presentaba batalla frente a los oriundos de Atalaya, que Etchart era Jesucristo afeitado y rencarnado, salvador y redentor, con la verdiblanca en el pecho.

La A llegó para terminar con delirios divinos y recordarnos lo que el fútbol se gana con el corazón en la mano y el sudor en la camiseta. Para recordarnos lo que somos, once hombres. Hombres que luchan en la vida y en la cancha. De naturaleza limitada quizá, pero seres libres que eligen cada sábado un ideal. Un ideal que es la victoria, el gol y ese grito. No es por los tres puntos, no es para sentirnos los mejores, no es una copa, no es un podio. Es demostrar la fuerza de esta locura en la que nos embarcamos, en mostrarle al mundo que la amistad todo lo puede. Y que incluso cuando cae, puede levantarse.

A no olvidar lo que fuimos y a jugar por lo que seremos.

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